Orígenes. Contexto político y social
La historia del recinto de la Escuela Industrial, que ocupa casi 60.000 m2, nos traslada a Can Batlló, una de las primeras fábricas algodoneras de Cataluña. La fábrica fue propiedad de la familia olotina de este apellido. Se fundó a principios de 1870 después de una compleja operación de compra de parcelas y la unión de cuatro manzanas del Ensanche barcelonés entre las calles Comte d’Urgell, Viladomat, Rosselló y París. Dos años antes se había conseguido el permiso legal del Ayuntamiento de la ciudad. En aquellos momentos el barrio del Ensanche se encontraba en fase de urbanización y el proyecto inicial del ingeniero Ildefons Cerdà, que preveía un trazado de calles cuadriculado y amplios espacios peatonales y jardines interiores, sufrió cambios sustanciales.
El país estaba atrapado en una época convulsa: había estallado la Revolución de Septiembre de 1868, llamada La Gloriosa, que había culminado con el destronamiento y exilio de Isabel II; se encaminaba hacia una monarquía parlamentaria con un perfil democrático que terminó en la efímera Primera República española entre 1873 y 1874. En medio de todo este proceso también estalló la tercera guerra Carlista entre 1872 y 1876. Todo ello no parecía el mejor augurio para la nueva fábrica en la capital catalana.
En 1870 Barcelona sufrió la última epidemia de fiebre amarilla, que dejó 1.235 muertos. El 29 de noviembre de aquel mismo año nació Enric Prat de la Riba, en Castellterçol; un mes después, el 30 de diciembre, Joan Prim i Prat, presidente del Consejo de Ministros, murió asesinado en Madrid. El pasado y el futuro de Cataluña se cruzaban simbólicamente en el tiempo. En 1877 la ciudad contaba con una población de alrededor de 250.000 habitantes..
La fábrica de Can Batlló
Can Batlló copió el modelo de la fábrica textil La España Industrial, fundada en Madrid en 1847 por la familia igualadina Muntadas, y que se trasladó al barrio de Sants pocos años después. Ambas fábricas estaban integradas por dos secciones muy diferenciadas: la de hilatura y la de tejidos. El ingeniero mecánico Alexandre Marye fue el encargado de diseñar la obra industrial de Can Batlló.
El edificio de hilatura, cuya fachada daba a la calle del Comte d’Urgell, se concibió como un espacio de cinco pisos, dado que el peso de las máquinas selfactinas permitía este ahorro de espacio. En total reunía unos 17.500 m2, 60.000 husos y cuatro máquinas de vapor de 100 caballos cada una que permitían accionar las selfactinas. En la parte posterior, en el espacio que hoy se denomina Edificio el Vagón, había una sala de máquinas de una altura equivalente a tres plantas.
La sala de tejidos, también conocida como sala hipóstila, que coincidía con el eje paralelo de la calle Còrsega, tenía una sola planta que soportaba el peso de los 1.500 telares, dos máquinas de vapor que los accionaban y una zona de almacenes. Todo ello ocupaba un gran espacio rectangular soterrado de unos 7.000 m2.
La sala de tejidos fue proyectada por el maestro de obras valenciano Rafael Guastavino, encargado de la obra civil después de haber ganado con solo 26 años el concurso para la construcción de la fábrica. Can Batlló fue el primer edificio industrial que proyectó Guastavino, donde aplicó por primera vez la bóveda de ladrillo con cemento combinada con hierro, que después se utilizó en edificios como el Hospital de Sant Pau, la Casa Milà o la fábrica textil Aymerich de Terrassa. La sala de tejidos estaba formada por una retícula de columnas de fundición que soportaban unos arcos sobre los que descansaban bóvedas de ladrillo enyesadas. La sala, que contaba en la parte superior con una gran azotea de baldosa rellena de claraboyas, presentaba además una serie de aperturas a lo largo de la superficie superior que aportaban una gran cantidad de luz. Finalmente, el subsuelo del edificio subterráneo aprovechaba la topografía original del terreno para evitar un gran movimiento de tierras.
Al margen de estas dos secciones principales de la fábrica, se construyeron unos almacenes para las materias primas y los productos comerciales, así como oficinas de administración y también para la venta de los productos.
El recinto de la fábrica se cerró con un muro perimetral y los 2.200 obreros que trabajaban allí entraban por un portal de grandes dimensiones abierto en la calle Comte d’Urgell. El conjunto de las cifras de producción de Can Batlló era monumental: 1.100.000 kg de hilo de algodón y 12.480.000 m de tela de algodón cada año.
Un elemento fundamental de la fábrica fue la reserva de agua de las catorce calderas de las máquinas de vapor que había que distribuir a lo largo del recinto. Se construyeron tres grandes balsas de agua, que se alimentaban de minas existentes o bien captaban otras que se encontraban cerca del recinto. Al mismo tiempo, el humo de cada una de las máquinas de vapor era recogido a través de grandes chimeneas subterráneas en una única chimenea monumental. Can Batlló funcionaba con luz de gas, pero a partir de 1876 se hicieron las primeras pruebas de luz eléctrica provista por la empresa Dalmau i Xifra. Fue una de las primeras fábricas de la ciudad en utilizar energía eléctrica, junto con la de Chocolates Juncosa, ubicada en la calle Gran de Gràcia, 2-4.
A lo largo de su historia, Can Batlló vivió grandes turbulencias que acortaron su desarrollo. Estas agitaciones iban desde atentados —como el asesinato del director de la sección de tejidos de un disparo en 1882— hasta una serie de incendios —como el que sufrió el almacén de algodón poco después de esta muerte violenta. En ese momento los hermanos Batlló decidieron cerrar la empresa, aunque durante la Exposición Universal de Barcelona de 1888 la volvieron a abrir. Con anterioridad, en 1878 habían puesto en funcionamiento otra fábrica en la Bordeta, en el distrito de Sants-Montjuïc, que en la citada Exposición obtuvo la Medalla de Plata por la calidad y el precio de sus tejidos.
En 1889, con motivo de la explosión de una bomba en las oficinas de la empresa en la rambla de Catalunya, que provocó la muerte de un ordenanza, la fábrica de la calle Comte d’Urgell se cerró definitivamente. Era el fin de una trayectoria corta de diecinueve años para una fábrica de dimensiones monumentales. La historia resulta muchas veces imprevisible: el año del cierre y disolución de la Sociedad Batlló y Batlló, el 24 de octubre de 1889, tuvo lugar la Exposición Universal de París, cuya principal atracción fue la torre Eiffel, construida solo para este evento, pero que todavía sigue en pie hoy.
Las dificultades hicieron que al cabo de unos años Enric Batlló i Batlló, hijo de Feliu Batlló i Barrera, uno de los fundadores de las fábricas, decidiera centrar su interés en los negocios inmobiliarios. La familia vendió la maquinaria de la antigua fábrica e intentó encontrar un comprador del recinto, pero no fue fácil conseguirlo.
Orígenes de la Escuela Industrial
En 1902 el Foment del Treball publicó en su revista El Trabajo Nacional un proyecto para la creación de una escuela industrial catalana. Un año después, un nuevo texto dirigido al Ministerio de Instrucción Pública apareció en la revista de la Asociación de Ingenieros Industriales. Según este texto, la Escuela Industrial constaba de la Escuela de Ingenieros Industriales y de la Escuela Provincial de Artes y Oficios, abarcando toda la escala de la enseñanza industrial en los niveles elementales, secundarios y superiores. El centro, que se tenía que establecer en uno o más edificios, estaba regido por el Patronato de la Escuela Industrial de Barcelona, creado por Real Decreto el 30 de marzo de 1904, y fue impulsado por el Foment del Treball, la Asociación de Ingenieros Industriales, el Ayuntamiento de Barcelona y la Diputación de Barcelona, cuyo presidente presidía este Patronato. Este decreto de fundación se leyó durante la sesión de constitución formal del Patronato celebrada el 26 de mayo de 1904, en el salón de sesiones de la Diputación de Barcelona.
Evolución del recinto durante el siglo XX
El 21 de noviembre de 1906 el Patronato de la Escuela Industrial adquirió finalmente la fábrica de Can Batlló. En 1910 el propio Patronato firmó la cesión de una extensión de terreno de 12.276 m² a la Diputación de Barcelona, de los 69.200 m2 del terreno total. A partir de ese momento se construyeron toda una serie de instalaciones que conformarían el conjunto de la Escuela Industrial de Barcelona.
Durante los años de la Mancomunitat de Catalunya (1914-1923/1925), se dio un nuevo impulso al conjunto de la Escuela Industrial con la construcción de una serie de instalaciones como la Escuela del Trabajo, el Instituto de Electricidad y Mecánica Aplicadas, la Escuela de Enfermeras, la Escuela de Bibliotecarias o el Servicio Meteorológico de Cataluña. Detrás de este impulso arquitectónico estaba Josep Puig i Cadafalch, presidente de la Mancomunitat entre los años 1917 y 1924, que apostó por un ambicioso programa de renovación de la enseñanza.
Los arquitectos de estas nuevas escuelas fueron Josep Goday (1882-1936), encargado de las obras de la Escuela del Trabajo; Joan Rubió i Bellver (1870-1952); Lluís Planas i Calvet (1879-1954), que recibió el encargo de reformar el Edificio Grande (la antigua hilatura de la fábrica y actual Edificio del Reloj) para alojar las Escuelas de Ingenieros y Arquitectura, y Francesc de Paula Nebot (1883-1965), encargado de las oficinas y la biblioteca del Consejo de Pedagogía. Las secciones de las diferentes escuelas integraban enseñanzas diversas que iban desde el estudio de los tejidos hasta el automovilismo, pasando por las máquinas de vapor y la construcción civil. En todo este proceso, la Diputación de Barcelona subvencionaba los proyectos y a cambio se quedaba la titularidad de buena parte de los terrenos.
Las dictaduras siempre rompen los hilos del desarrollo y durante los años de la de Primo de Rivera (1923-1930) el recinto vivió una etapa convulsa con expulsiones del profesorado y una reorientación ideológica contraria al catalanismo. El docente belga Georges Dwelshauvers, director del Laboratorio de Psicología Experimental; Alexandre Galí, administrador de la Escuela Industrial, y Rafael Campalans, director de la Escuela del Trabajo, fueron apartados o dimitieron de su cargo ante el anticatalanismo de la dictadura.
Muchas de las instituciones de la Escuela Industrial quedaron suprimidas. A partir de 1929 la Universidad Industrial pasó a llamarse Real Politécnico Hispano Americano, y el directorio militar aprobó un estatuto de enseñanza industrial que establecía un modelo uniformista y suprimía la etapa descentralizadora previa. Finalmente, la Real Orden del 18 de marzo de 1924, ratificada por el Estatuto de Enseñanza Industrial del 31 de octubre de 1924 que forzaba la unificación de las escuelas en una única Escuela Industrial, obligaba a integrar forzosamente la Escuela de Ingenieros en el recinto industrial, hecho que se consumó en 1927. Dos años antes se suprimió la Mancomunitat catalana: era el fin del sueño de ofrecer una enseñanza alternativa a la oficial del Estado.
El presidente de la Diputación de Barcelona durante los años de la dictadura de Primo de Rivera, Josep Maria Milà i Camps, conde de Montseny, emprendió entre 1925 y 1930 una importante actividad constructora y arquitectónica para volver a prestigiar la institución. En el recinto de la Escuela Industrial el arquitecto Joan Rubió i Bellver proyectó cuatro nuevos pabellones centrales, que se construyeron entre 1928 y 1929, para los nuevos laboratorios sobre la gran sala de telares que supusieron la consecución de nuevos espacios para la Escuela de Ingenieros.
Detrás del antiguo edificio que había ocupado Can Batlló, Rubió i Bellver solo dejó espacio para lo que sería la Residencia de Estudiantes, en el antiguo espacio que había ocupado la Escuela Superior de Agricultura. También reformó y amplió la Escuela del Trabajo y equilibró todo el conjunto del recinto industrial, y renovó toda la fachada de la calle Comte d’Urgell, donde proyectó el acceso principal. El 1927 Rubió i Bellver finalizó el cuerpo central de entrada del edificio, con un vestíbulo de envigado radial con bóveda tabicada sobre vigas de hierro a modo de templete porticado con columnas de piedra. Coincidiendo con todas estas reformas, se aprobó el mantenimiento de la antigua chimenea de la fábrica, diseñada por Guastavino. Al llegar a los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, es decir, entre 1928 y 1929, el recinto estaba prácticamente construido y ya presentaba la imagen que tiene hoy.
La inauguración de la nueva residencia para estudiantes tuvo lugar en 1928 y al año siguiente también se puso en marcha una piscina de medidas reglamentarias, aprovechando una de las balsas de la antigua fábrica; la otra balsa se siguió utilizando como depósito de agua. Ambas instalaciones se hallaban en la parte posterior del recinto, que ya se utilizaba anteriormente como campo de deportes. En 1964 la piscina Sant Jordi fue objeto de una reforma profunda con el nuevo diseño del arquitecto Manel Baldrich. Al morir Baldrich, el arquitecto Camil Pallàs i Arisa acabó los últimos flecos. La piscina se inauguró el 25 de junio de 1966 y fue la primera de dimensiones olímpicas en todo el Estado español. El escultor y pintor Josep Maria Subirachs diseñó el escudo de la Diputación de Barcelona, que se encuentra en la entrada de la calle París, y el pintor Albert Ràfols-Casamada fue el autor de los vitrales y esgrafiados de los paramentos interiores de la piscina.
El 1986 la Diputación de Barcelona aprobó el Plan de Adecuación y Ordenación de la Universidad Industrial, que se desarrolló durante los años 1989-1990. La actuación más importante fue la rehabilitación del Edificio el Reloj, donde se encontraban las antiguas naves de la hilatura, dirigida por los arquitectos Joan Margarit y Carles Buxadé. El recinto, que entonces se abrió al paso de peatones, hoy acoge numerosas dependencias administrativas dirigidas a la cooperación municipal en el campo de la cultura y la educación, así como una de las sedes del Archivo General, encargada de la documentación administrativa. El conjunto total reúne 28.537 m2 edificados, 11.504 m2 de viales, 10.523 m2 de zona ajardinada y 9.536 m2 de zona deportiva. El año 2000 se actualizó el nivel de protección a raíz de la revisión del catálogo de patrimonio arquitectónico de la ciudad.
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